domingo, 12 de octubre de 2008

La travesía de los 3000 metros de Sierra Nevada





La travesía de Jéres del Marquesado a Lanjarón nos ha llevado unos cuantos meses de ilusión y cuatro días intensísimos llenos de emociones. Cuando ya estás de nuevo en tu casa conviene recordarlo para que unas cosas no se olviden y para mejorar otras. La idea de recoger nuestra experiencia en una página webb es muy bonita y vamos a intentarlo.
Aunque nuestros cálculos fueron precisos –eso pensábamos- luego la realidad es que las cosas pueden ser de otra manera y hay que adaptarse. Un calentón en la primera jornada puede estropearlo todo.
José María había hecho dos intentos, y ya teníamos algo de experiencia. En unos de ellos abandonó a causa del mal tiempo y la nieve, escapando de una noche a 3000 metros con temperaturas de – 20 grados y dos metros de nieve, en el refugio Elorrieta. Estuvo toda la noche paleando nieve para no dormirse. Alberto y él lo intentaron por segunda vez pero tuvieron que dejarlo por una lesión de rodilla de Alberto. La tercera debía ser la definitiva.
Las previsiones meteorológicas eran muy buenas. Un informe del Instituto de Meteorología y también la página webb de Barrabés coincidían. El equipo debía ajustarse a la capacidad del macuto y llevar lo justo. Decidimos que José María llevaría la tienda y yo la comida. A última hora prescindimos de los crampones ya que no iban a ser necesarios por las informaciones recibidas del refugio de Poqueira y porque contando el peso de las botas debía desplazar 19 kilos el primer día, sin contar el agua.
Si no hay nieve, la travesía transcurre por lugares cómodos y no es necesario material de seguro, pero con nieve hay lugares delicados en los que es necesario el uso de la cuerda, piolet y crampones. Los Tajos de la Reina, en la tercera etapa después de dejar el Veleta, tiene unas pendientes que con hielo pueden resultar complicados. La senda que nos lleva a la laguna de El Caballo desde el refugio Elorrieta, tiene un paso delicado pero que se salva sin problemas gracias a una cadena que han instalado recientemente.
El equipo que llevábamos era: mochila doble con funda impermeable, anorak de goretex con forro polar, pantalón corto, pantalón largo ligero, mallas de atletismo, tres camisetas –debíamos contar con una limpia para la vuelta en tren- , botas –como calzado único-, tres pares de calcetines, braga, gorro para el sol, guantes, gafas de sol, brújula, cámara de fotos, frontales, velas, cordones de repuesto, lápiz y cuadernillo, toalla, jabón, cepillo y pasta de dientes y cantimploras –llevamos capacidad para dos litros cada uno-, lejía potabilizadora. El agua solo es posible cogerla en las lagunas donde acampábamos, así que cada día partíamos con los depósitos llenos de agua filtrada y potabilizada.
El botiquín era elemental: crema de sol y labios, mercromina, tiritas, venda y aspirinas. Hemos utilizado los mapas del Topográfico Nacional de Güéjar-Sierra, Picón de Jéres, Pico del Veleta y Trevélez. Nos faltó el plano que recoge el descenso desde el último tres mil, desde El Caballo hasta Lanjarón. Y por supuesto hay que llevar los mapas mas recientes y más adaptados a la actividad montañera ya que son estos los que recogen los detalles que luego son los que te facilitan la orientación.
La alimentación es la base de todo esto ya que debe ser suficiente y al mismo tiempo ligera. Nueve sobres deshidratados de pasta y arroz para utilizar dos diarios y uno de reserva, pan integral compacto, torta de higos y almendras, galletas con chocolate, ocho latas –sardinas, caballa y melva-, tripas de chorizo del blanco y del rojo, cuarto de queso manchego, dos tabletas de chocolate, sobres de té verde con hierbabuena, navaja, cuchara y tenedor, hornillo de gas y platos.
Desayunamos con un té generoso, con algunas galletas, un pellizco a la torta de higos/nueces y un trozo de chorizo o queso. Intentamos comer a medio día ya que el tiempo era bueno y las caminatas fueron de doce horas. Había que reponer fuerzas. La basura la trasportamos hasta Lanjarón. Cada comida era un sobre deshidratado –dos raciones- que comíamos en el mismo plato y luego unas sardinas, caballa o melva en aceite de oliva y un poco de queso o de chorizo. Las cenas siempre empezaban con un par de tazas de té y luego repetíamos el sobre de arroz o pasta.
Otro detalle muy importante son los pies. La limpieza diaria es fundamental y los calcetines limpios también. Se pueden lavar con una pizca de jabón y colgar en la espalda del macuto mientras caminamos.
Las etapas son bastante largas si se emplean cuatro días. Añadir un quinto día quizás aligera alguna de las etapas. Aunque podría parecer que todo estaba controlado, antes de cada etapa siempre rezumaba una cierta inquietud que iba desapareciendo conforme avanzaba el día y se podían controlar las distancias que sobre el mapa no dejan de ser teóricas.
Así que con una carga de ilusiones nos presentamos en Guadix, donde Alberto y Cristina nos esperaban, y allí nos dimos el primer homenaje con unas cervezas y nos aperitivos que ya no repartiríamos hasta Lanjarón.
Esa misma tarde nos fuimos en coche hasta Jéres del Marquesado y sin parar, por una pista forestal en buenas condiciones, llegamos hasta el refugio de Ballesteros o de Postero Alto, altitud 1900 mts, en medio de la Cañada Real de Trevélez que sube recta hasta el Puerto de Trevélez, 2798 mts. El refugio es un modelo arquitectónico curioso. No es un bloque. Son diferentes construcciones independientes, cada una es una estancia con literas y comparten un patio común protegido. Visto de lejos y desde lo alto parece una pequeña aldea.
Nuestra primera sorpresa fue ver que no había nadie y que habían dejado abierta una sala de literas donde había un fregadera taponado y al lado en el exterior un aseo en buenas condiciones. Nos cambió un poco los planes porque esa noche estaba previsto cenar y desayunar con el menú del refugio y nuestras provisiones no contaban con la cena de este día.
Nos resultaba confortable la idea de pasar la noche allí, los cuatro. Alberto y Cristina ya habían decidido que no nos acompañarían el primer día y ellos, al día siguiente volverían a Sevilla.
Al poco de llegar nos hizo una visita Dani, un guarda forestal de la zona de Lanjarón aficionado a la botánica y que se acercó al refugio sin saber que estaba cerrado y nos vino muy bien porque comentamos con él toda la travesía. Fue casualidad, pero el nos dio la idea para subir al Mulhacén sin tener que bajar hasta la cota 1500 del refugio Poqueira, sin nos faltaba tiempo. Esto implicaba que otra cena y otro desayuno tendríamos que sacarlo de nuestras provisiones.
Antes de acostarnos y después de una sopa de pasta compartida entre los cuatro y unos trozos de embutido y queso, pudimos contemplar la maravilla de un cielo totalmente estrellado invadido por la Vía Láctea. No había salido la luna todavía y la noche era oscura aunque no hacía el frío que a esa altura y ya entre Octubre y Noviembre yo había sentido en otras ocasiones en el Pirineo.
Cuando estábamos dormidos nos despertaron unas voces. Son una pareja, él de Granada y ella vasca. Al rato se marcharon a una sala contigua y nosotros sin saberlo seguimos roncando (algunos especialmente) hasta que ya el exceso de horas acostados y el despertador de José Mari nos hicieron saltar de los sacos. Todavía de noche, la temperatura fuera era ideal. La Vía Láctea se veía menos ya que la Luna nos iluminaba a placer.
Desayunamos té verde con hierbabuena, galletas de chocolate, embutido y un trozo de torta de higos con almendras. Con las cantimploras llenas de agua y la incertidumbre de lo que tenemos por delante nos despedimos de Cristina y Alberto, y nuestra vista se queda fija en la ancha pista que sube sin dar un rodeo hasta la divisoria que nos oculta el fantástico mundo que vamos a conocer.
Son las 7 de la mañana, 20 grados de temperatura. Fantástico. Hasta las 14:45 no llegaríamos al Pico de la Atalaya (3150 m) y hasta las 17:45 no llegaríamos a la Laguna de Vacares, donde pasaríamos la segunda noche. Empezamos a dejar atrás el refugio mientras la luz va entrando despacio por nuestra izquierda y nosotros resoplamos (especialmente yo) mirando lo que tenemos por delante y por detrás. Vamos separados de la cañada Real de la Cuerda por una zona llena de barrancos. Esta cañada sube directamente hasta el Cerro del Mirador Alto y desde allí lo inmediato es el Picón de Jéres (3090 m). Este itinerario es más lógico ya que llevas continuamente dirección suroeste y enlazas con la Loma de los Cervatillos más rápidamente. Nosotros nos dejamos llevar por la Cañada Real de Trevélez pero no nos iba a ser fácil enlazar con nuestra ruta aunque en ese momento desconocíamos el error.
Estamos en plena aclimatación y nuestros ojos solo veían un collado en el horizonte. Una vez conseguido, a 2798 m, vemos que la cañada sigue descendiendo por la otra vertiente y nos habría alejado bastante. Nos habría bajado hasta Trevélez, hacia la cara sur de toda la cordillera pero perdiendo mucha altura. Decidimos que nuestra ruta se dirige hacia el sureste, sin perder altura hacia un monte que nos aparece a la izquierda. Pensábamos que se trataba del Picón de Jeres. Al llegara la cumbre observamos que hay vértice geodésico, que el altímetro marca 2850 m. y por un momento pensamos que el altímetro podía estar marcando algo menos (alta presión) cosa que tampoco nos desagradaba. Pero no podía ser. Lo que venía a continuación nos alejaba hacia el Este y nos separaba de lo más espectacular que ya aparecía ante nosotros –La Alcazaba-. Nosotros, aunque no supiésemos identificarlo del todo, nos encontrábamos en el Cerro de Trevélez (2878 m), con su vértice geodésico tal y como indica el plano y debíamos descender hasta el collado donde habíamos abandonado la Cañada de Trevélez, cogiendo dirección noroeste para continuar hacia la Piedra de los Ladrones (2944 m). En este lugar, el Cerro Pelado (3179 m) oculta La Alcazaba y La Atalaya. Nosotros no lo sabíamos.Todo parece indicar que lo lógico es subir “ese monte” y luego continuar por la divisoria. Un grupo de Albacete nos saca de nuestro error y nos confirma lo que estamos comprobando. Hemos caminado hacia el sur alejándonos y estamos en el Cerro Pelado. Tampoco estaba en nuestras previsiones.
Desde la Piedra de los Ladrones hay que llegar hasta un pico que esta por encima del Ventisquero de los Caballones y por encima de la Loma del Picón de Jeres. Una vez allí, tomar dirección este por Los Hotelillos y la Loma de los Cervatillos hasta el Pico de la Atalaya (3143 m).
Ahora, viendo los mapas veo que nunca debimos subir toda la Cañada Real de Trevélez sino que en algún momento hay que girar al Norte buscando pasar entre la Piedra de los Ladrones y el Picón de Jeres por el Ventisquero de los Caballones hasta ver las Lagunas Juntillas. Esto está aprendido para el próximo viaje.
Desde que cogemos la Loma de Los Cervatillos caminamos a tres mil metros sin perder altura. Los Hotelillos, el Pico del Cuervo (3153 m) y el Pico de la Atalaya (3143 m) con sus respectivos collados, nos obliga a caminar pacientes pero siempre alucinando con el espectáculo tan abierto y soleado que tenemos a nuestros pies y con el aire limpio y cálido que sube hasta nosotros. Estamos cansados y le damos vueltas a nuestros dos errores que nos han obligado a cubrir más distancia horizontal y a dos ascensiones no previstas.
Pero bueno, como somos gente animada y optimista solo tenemos ojos para el espectáculo que continuamente aparece delante de nosotros. La Alcazaba es majestuosa y ya te plantea problemas en la distancia. Es decir: te acojona un poco. Según la ves, por la derecha tiene una cara norte espectacular con muchos neveros que se me antojan muy helados. Y por la izquierda una loma que desciende hacia el sur y que nos presenta de cara unas paredes que no podríamos subir si no encontramos algún paso natural. Dani, el guarda forestal nos dijo que para subir al Mulhacén deberíamos superar una barrera similar aprovechando un paso natural que iríamos descubriendo según nos acercábamos. Podría ocurrirnos lo mismo con La Alcazaba. Merecía la pena intentarlo porque sino habría que descender bastante hacia el sur para coger la loma desde más abajo alejándonos de las paredes mas expuestas. A José Mari le pareció bien la idea, merecía la pena probar y dependiendo de la dificultad tomaríamos la decisión sobre la marcha.
Descendiendo desde el Pico Atalaya por fin llegamos a la laguna de Vacares a 2.845 mts y los ojos se nos van hacia el agua. Son las 17:45. Ha sido un esfuerzo importante. Casi once subiendo y bajando con un gran peso en nuestras espaldas. Hay mucha luz y vamos a disfrutar de nuestra segunda noche. Un viento del Sur muy agradable nos envuelve mientras buscamos el sitio adecuado para colocar la tienda. Solo pensamos en ver montado el campamento y homenajearnos con una comida reparadora y una buena taza de té. Nuestra cara esta curtida por el sol y la sal de nuestro sudor y conviene protegerse con alguna crema-filtro.
La laguna de Vacares es pequeña, no tiene salida visible y esta encerrada en un hoyo. Es de origen glaciar y nosotros nos colocamos en unas huellas de anteriores acampadas justo en lo alto de la pequeña morrena terminal que a modo de barrera impide su desagüe. Para coger agua o lavarnos estábamos obligados a descender unos metros. El agua, por cierto helada.
Reponer fuerzas por la noche, si estás entrenado, se consigue a base de horas. Más que por la calidad de cada una de las horas, por la cantidad, ya que sobre la clásica estera de goma das más vueltas que una peonza.
A las siete de la tarde ya anocheciendo lo empleamos para efectuar la comida más importante del día. Hace frío. Pasta, proteínas y cosas dulces sin olvidarnos de una buena taza de té verde con hierbabuena.
En la laguna de Vacares aprovechamos para coger agua, filtrando con una esquina de una pequeña toalla y potabilizando con dos gotas de lejía por cada litro. Se trata de lejía apta para esto y viene indicado en la botella. Nos ha funcionado muy bien porque dejando media hora es tiempo suficiente para desinfectar el agua y no coge sabor. En las lagunas, especialmente las ciegas, viven unos diminutos animales rojos como arañitas que no aconsejan precisamente utilizar sus aguas sin un buen filtrado y unas gotitas de lejía.
Nos cubren las estrellas y nos envuelve el frío y vas teniendo la sensación de que ya pintas poco y decides que el mejor sitio para estar es el saco. Necesitamos desfragmentarnos (en términos de weebianos).
La noche transcurre despacio, son muchas horas, exactamente doce, y continuamente nos despertamos dando vueltas, cambiando de posición y sintiendo a veces el frío sobre todo en los pies. Esta sensación de incomodidad y frío, el cansancio acumulado, la altitud y la inquietante jornada que nos espera al día siguiente, ya metidos entre los picos más grandes, te impide enganchar unas cuantas horas seguidas sin moverte.
Nos despertamos a las siete. Pensamos que lo mejor es subir al Puntal de Vacares (3146 mts). Lo que sigue a la cumbre en nuestra dirección, es un descenso entre un caos de bloques de grandes piedras que hacen penosa la marcha. Puede resultar muy peligroso si una de estas piedras se mueve y tienes un accidente. O también con nieve. Son Los Acucaderos y estamos por encima de los 3000 metros. Al suavizarse la pendiente nos encontramos en un pequeño valle elevado lleno de bloques de piedra de todos los tamaños que te obligan a fijarte muy bien donde pones la bota para no tener un accidente. Atravesarlo es un poco penoso por lo que tiene de laberinto. Según nos aproximamos recorremos con nuestros ojos toda la cara oriental y la norte de La Alcazaba imaginándonos los posibles accesos. Desde lejos lo peligroso puede aparecer como realizable y lo sencillo pasar desapercibido. Además, según te aproximas vas perdiendo las referencias y puedes acabar en un sitio diferente. Es necesario ir haciendo pequeños trazados visuales buscando partes del terreno muy reconocibles en la distancia y en sus inmediaciones. Desestimamos atravesar La Alcazaba por el norte, bajando unos 100 metros para coger una cornisa horizontal por donde sería accesible la Laguna de la Mosca. El guarda forestal –Dani- nos advirtió de que nos podíamos complicar y meternos en una cornisa distinta encontrándonos con zonas de nieve helada, así que en la distancia nos parece más factible descender un poco a la Cañada del Goterón y recorriéndola por el norte superar un contrafuerte que baja de la La Alcazaba hacia el sur. Se trata de hacer algo parecido a lo que Dani nos había recomendado para El Mulhacén. Desde lejos nos pareció posible alcanzar la cumbre de La Alcazaba por los pasillos que dejan las paredes verticales y allí vamos con mucho cuidado de no perder las referencias y quedarnos a los pies del enorme desnivel sin saber por donde recortarlo.
Poco a poco vamos ascendiendo. Estamos en el segundo día y hace buen tiempo. El sol y la brisa nos acompañan. Despacio vamos dejando abajo la Laguna de las Caderetas o del Goterón, y aparece al Este todo nuestro recorrido del primer día. Nuestros pasos son cortos y la pendiente te obliga a concentrarte en tu respiración para no acelerarte. Estamos deseando llegar a la cumbre y su proximidad nos hace aligerar más de lo que podemos dar de sí. La montaña te coloca nuevamente en tu sitio. Vamos descansando mientras nos hacemos alguna foto y los sitios de máxima pendiente los salvamos zigzagueando.
Nos emocionamos según se va reduciendo la montaña y empezamos a imaginarnos la cumbre por encima de nuestras cabezas. Al fin, el primero de los objetivos se ha alcanzado; estamos en la cumbre. La cara Norte es un abismo que no se puede recorrer con la vista. Impresiona mirar hacia abajo. A lo lejos, Granada. Al Sur una imagen lisa y plateada nos recuerda que el mar nos acompaña en nuestra maravillosa aventura. La brisa que nos abraza es diferente según del lado en el que te coloques. Hay diferencias de temperatura entre las diferentes laderas, el aire es más cálido desde el sur. Sentimos frío y nos disponemos a recuperar fuerzas con algo sólido y dulce. Bien abrigados dejamos pasar unos minutos, hidratándonos, cuando me sorprende un pequeño ratón justo a nuestro lado saliendo entre las rocas. Creo que el también se llevo una sorpresa. Así que decidimos dejarle algunos trocitos de cáscara de queso.
Nuestra vista se dirige hacia el Mulhacén. Seguimos la divisoria y cómodamente nos acercamos al Puntal de Siete Lagunas (3322 mts) al que rodeamos por el Sur descendiendo unos metros. Empezamos a ver la Cañada de las Siete Lagunas y la barrera Este del Mulhacén por donde intentamos adivinar el camino hasta la cumbre según nos había aconsejado Dani, el forestal. Pero ya es tarde para otra cosa que no sea buscar un buen sitio para acampar, filtrar y purificar agua para el día siguiente y para la cena. Según descendemos unos metros hasta la Laguna Altera (3062 mts) van apareciendo pequeñas fuentes que van humanizando un poco el lugar. Llegamos secos y antes de buscar el sitio para acampar rellenamos nuestras cantimploras y les añadimos una de las pastillitas que un poco más arriba nos habían regalado un grupo con el que nos habíamos cruzado. José María se las sacaba de los bolsillos con una habilidad pasmosa pese a lo pequeñas que son. Una pastillita por cada medio litro y bien cerrada la botella para que haga su efecto. Es un lugar muy bonito porque se ve un rosario de lagunas que desciende por la Cañada.
Una vez que la tienda esta clavada nos entran las prisas para cenar porque la luz empieza a flojear. Nuestro tazón de té verde con hierbabuena no nos lo quita nadie. Nuestro arroz a la milanesa, queso, chorizo, caballa, pan integral, chocolate, nos recompone mientras recordamos cosas del día y nos mentalizamos de la etapa que nos espera para el día siguiente. La más larga.
El frío empieza a notarse y el cansancio nos empuja hasta los sacos. Es pronto. Son las siete de la tarde y vamos a descansar – si podemos – doce horas. A las siete de la mañana nos levantaremos.
Quizás me di la vuelta 1000 veces. El cansancio, la dureza del suelo y la incertidumbre de nuestra próxima jornada impide que nuestro descanso sea todo lo reparador que nos habría gustado pero a cambio, las doce horas tumbado hacen que nuestra sangre elimine lo inservible de nuestro cuerpo para que nuestros órganos y nuestros músculos se recuperen. Hablamos sobre el camino a seguir para superar el desnivel que tenemos justo encima de nosotros hasta la loma que nos debe conducir a la cumbre. Con luz veíamos unos neveros y parecía lógico un zig-zag para alcanzar altura y atravesar la zona rocosa por la parte más estrecha. Se puede adivinar el camino si tienes la seguridad de que existe. Esta decisión nos evita descender hasta el refugio de Poqueira (2500 mts) y una distancia horizontal muy larga. A dormir.
El largísimo tercer día nos sorprende desayunando y recogiendo cosas. Estamos debajo de una loma que desciende justo del Mulhacén. Desde donde nos encontramos es posible lanzar una visual buscando el recorrido más lógico, de un nevero a otro, cruzando por allí, para después coger aquello que parece un corredor que te deja en lo más alto de lo nuestra perspectiva nos permite ver. No tenemos ni idea de lo largo que va a ser nuestro recorrido. Empezamos a caminar a las siete de la mañana y no terminaremos hasta las ocho de la tarde. Hicimos una parada para comer.
Despacio, calentando nuestro cuerpo, nos proponemos paso a paso superar los 420 metros de desnivel que nos separan de pico más alto de la Península. Dentro de nosotros bulle la felicidad de ver que poco a poco vamos superando las dificultadas y que metro a metro nos vamos adaptando a las exigencias de esta bellísima travesía. Hace muy buen día. El Sol y la brisa nos acarician en todo momento. La temperatura es excelente.
Según avanzamos vamos confirmando que nuestra previsión de itinerario no estaba equivocada. Al dejar atrás los neveros grandes en un trazado hacia el Sur giramos del todo y con nuestra vista dirigida hacia donde debería estar la cumbre, iniciamos otra diagonal hasta encontrarnos hitos de piedra en la zona menos apropiada para los despistes ya que nos empezamos a encontrar con paredes. Esto nos ayuda a disfrutar todavía más de nuestros pasos porque confirmamos que habíamos encontrado el paso que el guarda forestal nos había aconsejado. Un poco más allá, en lo más alto, vemos algunas construcciones.
Es la cumbre del Mulhacén (3.483 mts). Hay restos de edificaciones, numerosos vivacs de piedras colocadas a mano para protegerse del viento, alguna señal religiosa de alguien que quiso dar protagonismo a unas ideas en un lugar donde los únicos protagonistas son el horizonte, la piedra, la altura, el aire, el sol y el compañero que llevas a tu lado. Todo lo demás sobra. El Tajo del Mulhacén hacia el Norte es un abismo que se corta bajo tus pies según te acercas. Hay casi 500 metros de tajo hasta la laguna de La Mosca. Al fondo, hacía el norte, Granada. La imagino continuamente bulliciosa, contagiada del ir y venir de miles de personas de todas las edades que han elegido esta joya de Andalucía para estudiar y vivir. Desde aquí arriba determinadas cosas puede que no se valoren igual. Aquí, si quieres, puedes reflexionar sobre nuestras prisas, sobre la insolidaridad, sobre lo absurdo a veces de nuestras relaciones y en definitiva sobre la falta de cariño hacia nosotros mismos y hacia los demás. Yo tengo a mi lado a José María al que agradezco profundamente su compañía y la seguridad que en todo momento me ha transmitido. Hace algo de viento y nos colocamos encima algo de ropa para no perder calor mientras comemos un poco de frutos secos. Y desde luego, agua.
Nuestro siguiente objetivo lo tenemos delante. Aunque algo alejado, el Veleta (3.394 mts) se da importancia como altura destacada en esta larga crestería que en ningún momento baja de los 3.000 mts. Según bajas hacia el Este aparece una senda que baja rápidamente a buscar la Laguna de la Caldereta (3.040 mts). Esto supone un repaso para las rodillas ya que son 500 metros de desnivel que puedes hacerlo si te dejas caer, corriendo. Aterrizas en la antigua pista, hoy GR-420, aunque la otra posibilidad es continuar la cresta por el Collado del Ciervo y el Puntal de la Caldera y los Crestones de Río Seco. Decidimos apresurarnos porque se nos antojaba muy entretenido y nosotros deberíamos hacer noche bastante lejos aún. Así que dejando atrás la Laguna de la Caldereta y un grupo de gente nos ponemos a andar por el GR, pacientemente, y así dejamos atrás también el refugio Félix Méndez justo al lado de las Lagunas de Río Seco. Este sitio es espectacular porque el camino supera una cresta que se dirige hacia el sur, por encima de los 3.000 mts, justo en el sitio donde nace desde los Crestones de Río Seco. Poco a poco nos acercamos al Veleta pero antes nos envuelve el Cerro de los Machos, estamos justo debajo de él. Ante la posibilidad de ascenderlo o no, optamos por la más sabia. Subiríamos al Veleta y después de comer continuaríamos nuestra ruta sin perdida de tiempo. Esto lo agradeceríamos luego. Esta etapa, podría ser interesante hacerla en dos jornadas acabando la primera en los alrededores del Veleta, después de crestear evitando el camino, y subiendo al Cerro de los Machos, los Crestones y el Puntal de la Caldera. La segunda parte nos acercaría al Cerro del Caballo tomando la divisoria final desde el refugio de Elorrieta para llegar hasta su misma cumbre y no tener que ascenderlo el mismo día que se baja a Lanjarón – por si se tarda algo más de lo previsto en encontrar la forma de perder altura – . Pero bueno, estamos donde estamos y de eso ya hablaremos más tarde.
Sin ninguna complicación se llega al collado donde el Gr traspasa a la otra pendiente en dirección a Granada. Es la antigua carretera de la que algunos se han sentido tan orgullosos. Espero que el futuro traiga personas sensibles y conocedoras de la alta montaña que sepan gestionar y nuestros recursos paisajísticos evitando acciones agresivas motivadas por intereses comerciales. En este collado existe un refugio no guardado, en muy buenas condiciones. Aquí, en el pollo de la fachada, dejamos nuestros macutos y nos vamos hasta la cumbre del Veleta. Son 200 metros de desnivel. En la cumbre, seis o siete personas compartimos unos instantes y aprovechamos para que nos hagan una foto a los dos. Al nuestro fondo, la imponente pared norte del Mulhacén y más allá La Alcazaba. Corriendo bajamos nuevamente al refugio donde al sol nos hacemos un sobrecito de espaguetis a la carbonara acompañado con unos pedazos de chorizo, salchichón y queso. Esta el día bastante avanzado y según el plano nos puede quedar aún por recorrer una distancia horizontal algo mayor que la que hemos dejado atrás desde esta mañana.
En el mismo collado nos enganchamos a una senda muy clara que se mete en los Tajos de la Virgen. Caminamos a 3.200 mts volviendo a salir nuevamente a la vertiente sur a una zona con bastante pendiente. El estrecho camino esta claro pero comentamos que este lugar con nieve es peligroso porque en algunos sitios hay un buen patio y en caso de resbalón no te podrías frenar. El recorrido aunque claro, de momento, es entretenido y nuestra obsesión es avanzar. Hay señales indicadas con algún montoncito de piedras, que nos llevan a superar nuevamente los Tajos para salir a la vertiente Norte. Aquí es importante no perder las señalizaciones, si es que se continúan, desciendo casi 200 metros para salvar un canchal de grandes bloques que te obliga a poner las manos en muchos pasos y en el resto a extremar las precauciones. Un accidente aquí hubiese sido grave. Según se acaba el roquedo se aprecia un camino que con pendiente ascendente y bastante recto aún con costras de nieve-hielo muy duras, nos parece una autopista comparado con lo que acabamos de dejar.
Este camino te lleva hasta el refugio de Elorrieta que se encuentra en estado de abandono aunque es un punto intermedio estratégico. José María no tiene muy buenos recuerdos de su anterior paso por este lugar. Con nieve hasta la mitad de la puerta, dentro y fuera del refugio, tuvo que pasar una noche cambiando la nieve de sitio para no quedarse helado y dormido. Es un lugar muy abierto y aquí un pequeño refugio como el del Veleta podría ser muy útil. Delante de nosotros un valle verde llenos de brillos plateados del agua que lo recorre nos anima a continuar. A nuestra derecha por los Tajos Altos y siguiendo la cuerda se llegaría hasta el Cerro del Caballo. A nuestra izquierda la Loma de Cañar con los Tajos de los Machos. Y en medio el valle creado por el río Lanjarón. No debemos olvidar que estamos todavía por encima de los 3.000 metros y que las dos cordilleras que vemos se mantienen por encima de esta altura.
Nos cruzamos con un grupo de gente que vienen por la ruta que pensábamos seguir y por la hora, nos recomiendan que no vayamos por la cresta sino por el valle, cogiendo un camino que va por la ladera, por debajo de las cumbres.
Dejamos el refugio de Elorrieta (3.150 mts) por una senda clara hacia el suroeste por la Loma de los Tajos de los Machos, justo enfrente de la que pensábamos seguir. Se desciende unos metros hasta el mismo nacimiento del río Lanjarón dejando a la derecha la laguna de Las Tres Puertas o laguna de Lanjarón (2.984 mts). Se baja hasta los 2.900 mts para cruzar el curso del río, sin llegar a ver el refugio de Peñón Colorado y se continua por un camino claro, sin nieve, manteniendo la altura en todo momento que nos ayuda a caminar deprisa porque no debemos despistarnos ya que nos queda poca luz. Caminando ya más con el corazón que con las piernas damos cuenta paso a paso de un camino que se debe saborear más despacio. Todo va muy bien hasta que nos encontramos con una cadena en un paso delicado en la roca. Me quedo clavado en el camino mirando de reojo a la izquierda el patio que aparece y que justifica la cadena. Se me pasa por la cabeza que no llevo en el macuto una simple anilla y un mosquetón. Miro hacia arriba y hacia abajo por si puedo encontrar un escape. Me imagino agarrado con la punta de los dedos pegado a la roca gris y resbaladiza y sin poderme sujetar con los pies. Mientras mi cuerpo se estremece, mi cabeza se niega a demostrar al mundo mis habilidades y empiezo a descomponerme. Una serie de gases empiezan a salir por los bajos, sin control ninguno, mientras que José María toma la iniciativa y sin darme cuenta le veo al otro lado del peligro. Me he quedado solo. ¡Es fácil! Me dice José María. En ese momento las ganas que tengo de terminar la jornada me empujan hasta la roca. Dos pasos fáciles, y al meterte en la pared empiezas a ver diferentes agarres. La cadena te ayuda a superar un pequeño desnivel hacia la izquierda y dos pasos más y ya estas fuera.
Vamos cansados deseando llegar y aunque estamos en los alrededores del Cerro del Caballo (3.013 mts) no acabamos de llegar. Sabemos que hay un refugio y una laguna. Es necesario encontrarlo porque nos evitará poner la tienda y necesitamos coger agua. Nos quedan unos minutos de luz y de repente, después de varias curvas con las que el camino se va pegando a la montaña evitando desniveles, emerge ante nuestros ojos las piedras de la casa que nos va a proteger esta noche. Al lado, un par de metros por debajo, una pequeña laguna nos garantiza el agua, aunque traemos agua del río Lanjarón.
El refugio esta limpio y ordenado, hace frío fuera y se agradece el techo. Enciendo varias velas mientras que José María empieza a calentar el agua. Hemos caminado durante trece horas, salvando desniveles importantes y manteniendo el equilibrio para avanzar sobre grandes rocas, a veces bajo un agradable sol y otras en una ladera fría y todavía helada con un aire que se cuela hasta dentro. Estamos muy cansados pero satisfechos. Pensamos que esta jornada se debe dividir en dos.
El suelo traspasa su dureza a través de las colchonetas. Notamos las piernas cargadas y deseamos cenar cuanto antes para tumbarnos pronto. Se trata de estarse quieto para poder recomponernos nuevamente. Cenamos pensando en que mañana muy temprano vamos a superar los 200 metros que nos separa de la cumbre del Cerro del Caballo. Pensábamos que podríamos hacerlo antes de acampar pero nos ha faltado luz.
El cuarto día amanece frío y con algo de aire. Dejamos los macutos en el refugio y ascendemos al último tres mil de la travesía. Nuevamente nos encontramos en lo más alto y allá a lo lejos se encuentra todo. Pueblos, montañas, campos…Nos emocionamos pensando ya, que lo siguiente es bajar y bajar hasta Lanjarón donde nos esperan unas buenas cervezas. Así que ya está, descendemos deprisa hasta el refugio y tomamos el camino que parte hacia Lanjarón.
El primer tramo del descenso hasta el refugio Ventura es cómodo y agradable. Viene a continuación una zona de pedreras donde la senda se pierde y cuando pisamos en hierba de nuevo no tenemos rastro de ella. El mapa indica que hay que descender dejando por encima de nosotros la Peña Caballera para tomar un camino a la izquierda que nos llevará al río Lanjarón. No debemos bajar lo suficiente ya que en vez de encontrarnos con río nos encontramos con una pequeña acequia seca que discurre por la ladera a 1.400 metros y que decidimos seguirla. Aquí nos equivocamos. Debimos seguir bajando a nuestra izquierda y sin embargo nos dedicamos a caminar horizontalmente rodeando la loma que estábamos bajando. Creo que aquí perdimos la oportunidad de bajar directamente al río. Quizás el exceso de pendiente, nos animó a buscar la suavidad del aparente camino que acompaña a la acequia. El resultado fue que nos vimos dando grandes lazadas de un lado al otro de la loma, viendo Lanjarón en la falda de la montaña sin encontrar la forma de bajar. El terreno es intransitable fuera de camino. Bosques frondosos de pinos te invitan a seguir algún camino forestal que te obliga a seguir dando vueltas. Fuera de la zona de pinar están las fincas cercadas que te impiden cortar y te mandan a la otra punta de otro camino horizontal que no baja ni un metro. Luego aparecen las terrazas agrícolas la mayoría abandonadas con un exceso de vegetación silvestre que te impide avanzar. Los caminos a veces los coges en el sentido equivocado y después de andar durante un rato se acaba en una casa de labranza. Es un laberinto donde tienes la sensación de no descender y sin embargo no paras de ir de un lado a otro. Hace calor, el sol en la orientación mediodía que llevamos en esta ladera nos da frontalmente y se empieza a notar el cansancio acumulado de los otros tres días.
No estamos perdidos porque sabemos que dirección debemos tomar pero el terreno no nos deja descender. No podemos preguntar a nadie porque las casas están como abandonadas. En estos momentos nos preocupaba no llegar a tiempo a coger el autobús de Granada de la siete, porque perderlo nos obligaría a tomar el de las diez y ya no podríamos darnos una vuelta por la ciudad buscando nuestro homenaje.
Después de tramos de bajada algo precarios, saltando de una terraza a otra entre la vegetación llegamos a una casa guarda por dos perros grandes que nos ladran. Menos mal que su dueño, un muchacho joven los hace callar y nos dice que sigamos un camino que tiene unas marcas redondas rojas. Efectivamente hay un camino así, pero un poco más adelante nos encontramos perdidos. Los caminos se van estrechando hasta que no se puede avanzar. Vuelve hacia atrás e inténtalo de nuevo. Seguimos dando bandazos mientras el agua escasea y hace mucho calor. Seguimos un sendero y termina en una casa cerrada con una fuente y un castaño y aprovechamos para refrescarnos. Hay restos de fuegos en el suelo de castañas asadas. Vuelve hacia atrás. Una acequia de regar se cruza en nuestro camino y cogemos agua –potabilizándola- por si acaso tardamos en llegar.
Por suerte, en una de las casas aparece un matrimonio y nos vamos hacia ellos sin pensarlo. Nos indican que sigamos un camino y de nuevo se nos alegra el cuerpo pensando que ya no hay que nos detenga hasta Lanjarón. Parece que sí, que esta vez el camino es cada vez más firme y desciende sin despistarse a ningún sitio. Estamos cansados y yo tengo una sobrecarga en una espinilla que me hace cojear. Hoy hemos llegado de nuevo al límite. Han sido diez horas de un descenso demasiado largo. De todas formas el desnivel es muy importante son 2.400 metros desde el Cerro del Caballo hasta Lanjarón.
Llegamos al pueblo y las primeras casas nos devuelven la sonrisa a la cara. Nuestros ojos buscan un sitio donde tomarnos algo fresco. No hay bares hasta llegar a la calle principal. Preguntamos a un paisano y nos recomienda uno al que nos dirigimos sin dudar. Tenemos tiempo para homenajearnos un rato, llamar por teléfono a nuestras incondicionales Gema y Carmen y nos metemos cuatro cervezas muy frías cada uno acompañadas por unos aperitivos generosos con cada una. Montados de lomo, jamón serrano, morcilla, tomate, aceitunas y algo más.
De aquí a Granada a disfrutar de unas raciones en un bar típico de pescados fritos.
Quiero recordar la dureza de los cuatro días, en los que debido a la elevada altura de la travesía que se mantiene siempre por encima de los 3.000 metros y a las largas jornadas de 11, 9, 13 y 10 horas no permiten una recuperación plena aunque alguna noche se alargase hasta doce horas. Con el tiempo hemos tenido suerte. La temperatura ha sido ideal a alturas considerables. La relación entre José María y yo ha sido inmejorable. Siempre nos hemos tenido en cuenta en nuestras decisiones, contrastándolas con la opinión del otro. El equipo ha funcionado, por lo que queda abierta la posibilidad de otras escapadas. También quiero recordar las impresionantes caras norte de La Alcazaba y del Mulhacén, almacenando entre sus estrechas repisas los restos de nevadas invernales que el verano no ha podido eliminar. Quiero recordar ese pajarito andando por el hielo de una laguna pequeña en nuestra aproximación al ref. del Caballo. Apasionante ha sido el camino por los Tajos de la Virgen, los momentos culminantes en los que decidimos por donde ascender al Mulhacén y a La Alcazaba y el tiempo que estuvimos en sus cumbres. Lo más duro ha sido la bajada a Lanjarón. Perder el camino todavía a 2.500 metros nos llevó al límite. El mapa debe ser siempre el más actualizado y el más reciente. La tienda en esta travesía es un mal necesario en el trayecto de Jéres hasta el ref. de Poqueira. A nosotros nos vino muy bien para pasar la noche en Siete Lagunas y ascender al Mulhacén desde nuestro campamento a 2.850 metros. De no haber sido así, deberíamos haber ampliado nuestra segunda etapa hasta el ref. Poqueira descendiendo 500 metros de desnivel con un recorrido horizontal muy grande (de ida y de vuelta) alejándonos del Mulhacén. Mi macuto de 45 litros ha resultado muy pequeño para lo más imprescindible. Se debe añadir alguna bolsa superior con cintas y bolsillos laterales. Los dos litros de agua por cabeza repartidos en una botella de un litro y dos de medio ha estado bien. Vuelvo con algunas llagas en las puntas de los dedos debido creo al lavar con las manos directamente los cacharros de la comida. Hace falta un cepillo pequeño con mango. También vuelvo a echar en falta el porta planos y el altímetro muy a mano. También es necesario revisar los calcetines. Deben ser los mejores. Unas buenas plantillas técnicas nos van a transmitir su amortiguación. Perfeccionar la idea para secar los calcetines mientras se camina: un hilo que se sale por la punta del calcetín con un tope en el extremo que se queda escondido en el calcetín. El otro extremo del hilo se ata al macuto.
Y eso es todo amigos. Habrá más.